viernes, 29 de octubre de 2010

Desgarro – 29 de octubre de 2010

Desgarro – 29 de octubre de 2010


Desgarro, indudable y certero
El corazón abierto de un tajo implacable
La verdad es mutilación del alma
Y entender que debe ser así una cruz

El amor es cosa de fuertes
Cosa de corazones marcados a fuego
Es menester entenderse, aplicarse
Arriesgarse en un salto sin protecciones

La fibra de mi entendimiento no comparte nada este desarrollo
La lejanía que era anhelo ahora me resulta un muro
Y esos besos, susurros y respiraciones de amor, me cortan el espíritu
Es un peso gigante que me aplasta hasta las lágrimas.


A. Collante



lunes, 25 de octubre de 2010

Escapar para siempre – 25 de octubre de 2010

Escapar para siempre – 25 de octubre de 2010


Tengo la impresión, que todo esta muy quieto, algo repta entre las sombras
Y que ese corazón, que tienes entre brazos, ya no tiene más consuelo
No quiero creer, que todo lo que digas, sea solo una postura
Que en verdad vas buscando, salida tras salida, y no hundirte para siempre.

El fuego que me quema, no me deja tranquilo, siempre vuelvo a tu memoria
No puedo respirar, sin largar un suspiro, a ese amor a cuenta gotas
Tendría que parar, dejar de estar atento, al teléfono insufrible
Aprender a vivir, buscar un nuevo cuerpo, y borrarte de mi pecho.

No se que mas hacer, para salir del pozo, y ver el sol de nuevo
Sentir que estoy muy vivo, tan justo entre brazos, dejando el mundo afuera
Podríamos escapar, salir del mundo ahora, esquivar las telarañas
No mirar hacia atrás, ni escuchar a esa gente, que nos tienen prisioneros.

El mundo que viene, Nos suele dejar sus cuentas,
Aunque paguemos una vida, Siento que me escapo para siempre. 


A. Collante

lunes, 18 de octubre de 2010

A la vera del fogón – 19 de octubre de 2010

A la vera del fogón – 19 de octubre de 2010


Que pena maldita la nuestra
El esquivo dolor que marca
Cada penar que me abarca
No lo calma un suspiro
Ni tampoco el abrigo,
De una llama franca.

Que maldita la suerte perra
La canción que la engalana
Muerte dura sin escalas
A la flor moribunda
Me quedan frescas las brumas
Que no matan el alma.

Voy a quedarme tirado
Para que nadie me mire
A simular que no hay nadie
Cuando la muerte me busque
Porque juro no es libre
Quien su cuerpo no use.

Que mala tristeza la nuestra
Mi joven mujer bravera
Cinto bruto o cuales quieras
Nada me quita el espanto
Ni el sonar de tambores
O el danzar de nuestro llanto.


A. Collante

Entre el muro y mi boca – 19 de octubre de 2010

Entre el muro y mi boca – 19 de octubre de 2010


Como quien entrega el alma, cuando nace la vida, mientras cae la noche, te entrego mi dicha.
Yo te anduve buscando, entre las piedras y el mundo, en el confín de mil muros, ese beso tuyo.
Me perdí cuando cruzabas, esa calle entre el bullicio, apresurando tus pasos, dando gracias al destino.
No cambiaria nada, ni una sola desventura, por tenerte nuevamente, entre el muro y mi boca.


A. Collante

Migajas – 19 de octubre de 2010

Migajas – 19 de octubre de 2010


Muertas hojas bambolea el viento
Canciones de niños rellenan la puesta
Los ojos vacíos de ilusiones y ganas
Amonestan la intriga y la desgranan
Vivo aunque vivo sobre el lindel de tu puerta
Mis ojos atisban cada intento nuevo
A la sombra de las sombra que nos opacan
Lloraremos la memoria que no es grata
Entre tus idas y mis vueltas una comunión clara
Mientras cae la tarde, la noche ó la mañana
Desvelado entre los sueños que la tarde arrastra
Más allá del viento y sus migajas.


A. Collante


Aqua – 19 de octubre de 2010

Aqua – 19 de octubre de 2010


Agua clara transcurriendo, pálido domino de mi instinto
Aplomo fundido bajo el manto que abriga, en el aire incierto que quema
Amansamos las heridas con paciencia, ignoramos aquello ignorable
A sabiendas de lo malo ó bueno, vago ó incierto por venir
 
Agua dulce entre las piedras que no son más que ruinas
Instintos olvidados, encerrados casi vivos merodeando
Cada palabra una daga clavada en mi centro
Aunque amaine la pena, el dolor, o las llagas

Cristal transparente donde el reflejo me encuentra
Estanque puro amanecido sostenido en piernas
Amigable sacrificio constancia de incertidumbres
Desdoblare los mapas que me guían a su cause.


A. Collante

domingo, 17 de octubre de 2010

Fuego y mar – 17 de octubre de 2010

Fuego y mar – 17 de octubre de 2010


Fuego y mar
Odio y amor
Sangre y corazón
Luto y dolor
Mil veces el corazón
Mil veces la herida
Y el cántaro roto
Libera sus peces

Infierno y salvación
Conjuro de corazón
Luz y oscuridad
Combate perpetuo
Mil veces amor
Mil veces canción
Los abrazos furtivos
Anestesia de tontos


A. Collante

Mil palabras – 17 de octubre de 2010

Mil palabras – 17 de octubre de 2010


Hay una luz que llega a su cuarto, cuando el sol está apagado
Congelo las caras su lucha imposible, refugiado entre sus brazos
Alguien me dijo no pierdas cuidado, el amor no discrimina
No quiero perderme ahogado entre redes, si sus ojos no me miran

No aguanto los días  que la tienen lejos, la distancia me es tan turbia
Presiento que todos nos están buscando, y sonreímos de emoción
Cuando el viento pase y llegue la noche, serás lo último que piense
Y si mañana no encuentro tu rostro, te sentiré tan cruel

Los días que pasan no tienen el mismo aroma, ni el vino rojo su sabor
No quiero que me suelte de la mano
Mi cama es gigante cuando las horas te roban, y te mantiene en la distancia
Susúrrame al oído mil palabras.


A. Collante

Día y noche – 17 de octubre de 2010

Día y noche – 17 de octubre de 2010

Soy presa del amor que me socava
Corroe los fundamentos de mi soledad
Inserta su veneno poderoso en mi torrente
Un golpe directo, inaudito, sobrecogedor
Soy una victima culpable, deseoso
Como nunca en busca de su victimario
Ya no pienso, no razono, solo siento
Me pierdo y no sé como volver de allí, de sus brazos.
Desde un corto tiempo desdeñé su apretón
Siempre temeroso y masajeando las heridas
Hoy no me importa, aunque muera, la busco
Dia y noche, noche y día.


A. Collante

viernes, 8 de octubre de 2010

Aguas de lucidez - Ariel Collante - 2010 - (Cuento Corto)


Aguas de lucidez


Capítulo 1

Hace tiempo que no estoy segura de muchas cosas, los años me sientan como una espada y una armadura muy pesada, ya no recuerdo que es estar acompañada, ni cuantas personas se necesitan para alejar las sombras, solo recuerdo que mi nombre es Aída.
Tengo entendido que muchas personas cambian a medida que pasa el tiempo, que el tiempo es una marea incontenible y que nadie puede eludir su paso. Que cada uno aprende a viajar entre sus costas, con tanto ímpetu y vivacidad como el alma humana consigue todo lo que espera y merece. Y en la búsqueda de aquello que anhelamos, los contornos del mundo cambian y distinguen llevándonos a lugares inhóspitos y alejados.
Supongo que todas las historias comienzan con un largo viaje, una huida rápida, una búsqueda incesante, una desesperada necesidad de cambio. Así es como comienzo a internarme en estas líneas, en mi cuaderno de viaje.
Nunca antes, como hoy, necesite tanto huir del mundo, aunque toda mi vida me he dedicado a describirlo con la imaginación, he escritos incontables páginas con situaciones, alegrías vividas o imaginadas a través de mis personajes y mis leyendas. Un cambio de panorama me alejará de todo aquello que ha menguado.
Las olas y el sonido de las rompientes, el trueno de las grutas, el graznido de las aves que nacieron en la mar, parecen distantes en el tiempo y la lejanía de las cosas.
El barco se mueve sigiloso a través del estanque que es la mar a estas horas mientras pienso y escribo.
El primer día que me deslumbró la mar quede por completo enamorada. No podía creer que aquel panorama de basta y murmurante soledad pudiera en efecto llenarme el corazón con tanto apremio. Las criaturas de la creación, aunque perdidas, hallan su hogar a primera vista. Yo la hallé en la ciudad costera de Catalina.  
Aquello fue un enamoramiento instantáneo, no como algo que se diluye con el paso del tiempo, fue como volver al hogar. Desde ese instante, hace diez años, no pude borrarlo de mi mente. La mar siempre está allí. Hoy luego de tanto tiempo  considero que es un buen punto de partida.


Capítulo 2


Luego del bus hasta Catalina lo primero que recuerdo, en esta nueva vida, es que compre mi boleto sin importarme su precio en lo absoluto. Creo que si hubiera costado mi vida hubiera pagado el precio sin dudarlo, de hecho, así fue. Esta vida nueva, este nuevo comienzo me costó por entero mi pasado. Recuerdo a Roberta diciéndome que estaba loca pero ella que sabe de eso que desea el corazón o el alma.
-¿Quién va a terminar todos estos libros? –Decía.  
Roberta no por nada era mi única editora. Ella había logrado lo que nadie creía de una mujer como yo. Hacer de alguien que vive imaginando una artista consagrada en su arte, me convirtió en una persona de renombre. Por supuesto, Roberta, no se detuvo a ver que parte de mi moriría en el proceso o si mi corazón no sufriría al perder por completo la libertad. Creo que eso me motivó a llevar todo hasta estos extremos. Cambiar por completo arriesgarme a abandonarlo todo para huir a Catalina sin ninguna explicación.
-¿Cuánto tiempo va a durar este capricho tuyo?
-¿Capricho? –Le dije sonriendo.
-Sí, ¿cuánto va a durar? ¿Tres semanas? ¿Un mes? Tengo que mantener a mucha gente interesada en tus historias, en tus creaciones. Es un trabajo difícil por si no te diste cuenta Aída.
-¿Gente interesada? Roberta, si le gustan mis historias, mis terquedades, seguro que van a estar ahí para cuando decida volver.
-¡Qué conveniente! ¡Qué lindo! Es como si te importara poco mi trabajo.
-No puedo Roberta. No puedo seguir así. Tengo el corazón cansado, las manos cansadas, me duele el cuerpo y el alma, estoy agotada, además, tengo la imaginación muy, pero muy indecisa, no puedo trabajar.
-Por eso creo que todo esto es una tontería, nadie en su sano juicio desaparece teniendo una carrera tan prometedora como la tuya, estas en boca de todos, eso no se puede desaprovechar.
-La gente solo quiere mi alias. Nadie quiere realmente a Aída, nadie la conoce en verdad, nadie la ama.
-Es una tontería, te lo repito, además no es cierto eso de “nadie te ama” nadie te ama como yo. –Sonrió intentando que reconsiderara.
-Ya te dije, a mi no me gustan la mujeres.
Roberta siempre se tomaba su tiempo para hacerme sentir incomoda con esa clase de comentarios al igual que lo hacia yo. Creo que voy a extrañar su humor de crítico, aunque la verdad, en todos estos años en Buenos Aires ninguna persona ha sido más honesta y compañera que ella, mi amiga.
-No creo que sea buena idea que te vayas así nada más y justo ahora con estos libros sin terminar.
-Ya sabes lo que dijo Borges, “Si un libro no te atrapa en las primeras paginas, no lo sigas…”
-“…Ese libro no está hecho para vos, al menos, no es ese momento” Se nota que él tuvo mucho que leer, mientras que vos dejas todo a la mitad. Borges era un tipo realmente extraño, un erudito en las letras, pero la señorita Schult es la nueva sensación ¿no? Eso tiene su mérito.
-Eso lo pensás únicamente vos. A mi me gusta Borges.
Aquella discusión siempre surgía cuando le decía que me iba, que me marchaba, Roberta creía saber bien cuando hablaba enserio o no. Creo que esta vez se va a llevar, para su mal, una gran sorpresa. Ya me imagino su cara, ojerosa y preocupada por todo. Angustiada porque la gallina de los huevos de oro ya no está. La verdad es que siento pena por ella. Pero ya no tengo que preocuparme, esta es una vida nueva y voy a internarme en ella hasta el último sitio.


Capítulo 3


El barco se mueve por el estanque del mar, no se a donde vamos, sólo veo que me aleja de la tierra que conozco. Es emocionante, no conozco a nadie en el navío, pero ví a un muchacho que pareció, creí por un instante, me reconoció de alguna vida anterior. El oficial que nos recibió a bordo parecía un hombre sereno, aunque a la distancia, rudo y muy entendido en su menester de tripulante.
-Bienvenidos a bordo –Dijo- que su estancia en el “Esperanza” les sea placentera a todos. La tripulación esta a cargo de su seguridad de modo que todos deben obedecer las sugerencias y normas del barco. Espero que todos encuentren lo que vinieron a buscar. Disfruten del viaje y que tengan un buen día.
La tripulación y los oficiales prorrumpieron en aplausos al igual que los pasajeros. Aquella especie de celebración no tenía nada que ver conmigo. Aunque, si en algo el capitán tenía razón, era que pronto los anhelos e ideas que poseía, con respecto al viaje, me serían reveladas.
Los pasajeros siguieron a la tripulación al salón central del barco. Ahí vimos un gran despliegue de lujo y suntuosidad, la misma que en épocas pasadas deleitaba a los viajantes del viejo Esperanza. Aquella línea de navíos era nueva, en retrospectiva, había pertenecido a una importante firma que se vino abajo, pero un millonario apasionado por el mar se encargo de mantener a flote.  Según el folleto “La estrella del Sur” se jactaba de poseer una flota de barcos de primer nivel. Cosa no muy difícil de creer. Nunca fui una entendida en embarcaciones, y creo que nunca lo voy a ser, esta es mi primera experiencia en un viaje de estas características, me siento emocionada.
Poco a poco nos pusimos en camino, el barco, el Esperanza mostró su fuerza, y nos alejamos de la costa, en ese momento no supe bien cuanto tardaríamos en llegar a Catalina, nuestro descenso hacia el sur debía de durar algunos días, aun así, recordando ese momento, me quedó claro que aquello sería la experiencia de mi vida.   
Mientras recuerdo todo esto, me es difícil pensar en como hubieran sido las cosas de no haber tomado aquel barco, de nunca empezar aquella etapa de descubrimiento, hoy que todo es tan distinto.
Puedo decir todo esto ya que no soy la Aída de antes, ni la gran escritora que desapareció, la persona ínfima que asentía y no era segura de si misma, que vivía sólo gracias a la fuerza de la inercia en que todos, casi siempre, nos encontramos ¡Qué años aquellos!


Capítulo 4


Abordar el Esperanza era algo mágico, perturbador, atemorizante y emocionante, no solo por lo que parecía, sino por lo que significaba. Un cambio, una grata esperanza. Una joven mujer, de unos veinte tantos años, ubicó un grupo de nosotros en nuestros camarotes, nos guió por la embarcación a través de un angosto corredor hasta el ala donde se hallaban nuestros alojamientos. Mi camarote es el número 57 se encuentra muy cerca de la proa del barco.
No suelo observar de reojo a las personas, aunque mi supuesta profesión lo requiere, a pesar de ello, no pude evitar notar al joven muchacho del salón. En un primer momento no me pareció nada del otro mundo, solo una persona con quien cruce miradas, pero ahora, a tres camarotes de distancia, sus ojos me soslayan como nadie.
La sensación no duro mucho, la fascinación no fue exagerada, sólo un instante de extrañeza. Una impaciencia suele dar malos frutos y hablando de personas es una certeza más que una incógnita.
Al fin en mi cuarto, perdón, en mi camarote. Es pequeño y por el dinero que pague, lo suficientemente espacioso y solitario para estar tranquila. Tengo una cama, un pequeño escritorio y una claraboya más bien generosa. Tengo una buena vista del mar y la tierra que abandóno en busca de un nuevo horizonte.
Siento al escribir estos párrafos una suerte de franqueza, una especie de alivio que me invade y me reconforta mientras siento que el buque se prepara para viajar.
Desempaco un par de cosas, ropa, toallas y algunos objetos que detallan mi vida. Mi celular de última generación, las resmas de papel, porque a pesar de llevar conmigo mi notebook hago el esfuerzo de llevar mi vieja Olivetti. Ella me acompaña a donde voy y por el ahora inmediato siento que su tiempo ha llegado tan rápido como mi necesidad de libertad. Veo el bolso con ropa, el barco ruge en lo profundo, bajo las tablas del piso, un rumor subterráneo me hace temblar. Siento pasos sobre mi cuarto. La armadura que me protege ya no sirve a su propósito. Soy solo Aída, la joven de casi treinta y pico, delgada como un palillo chino de cabello largo castaño claro.
Veo mis cosas sobre un pequeño sillón y mi repleto escritorio improvisado. Todas esas cosas detallan la vida de una mujer joven y dedicada. Me quito los anteojos y los coloco en la mesa de luz. Tengo la vista cansada.
Afuera el aire corre y los pasajeros salen a ver la mar a donde vamos. Las máquinas rugen y la embarcación se mueve con magnifica destreza.
Vuelvo la vista a mi Olivetti y la veo muerta, sin utilidad, al igual que la notebook, observo el celular que me parece incontenible y frustrante. “Es ahora” me digo con calma. Busco mi cartera, quito los cigarrillos, los documentos que dicta que existo y soy Aída Luisa Záenz, tomo la Olivetti y las revisiones de mis libros inconclusos, abro la claraboya y mientras todos aplauden riendo, yo, renazco al tirar estos objetos al mar.
Me siento mejor, la depresión se alisa, siento que el aire salado me agita las corrientes del corazón. Estoy feliz de liberarme de aquellas anclas que sostienen la vida de la señora del seudónimo. Ya no existe la señora Schult, solo queda Aída.


Capítulo 5


Llego la noche, la Esperanza se mueve por el mar sin contratiempos. Se escuchan risas en la cubierta superior. Imagino que la cena no debe estar sino servida en algunas mesas. Es hora de tomar un respiro. Antes de salir veo que la Aída del reflejo en el vestidor ya se tomó la molestia de quitarse la ropa de oficina. Mi rostro luce sereno, aunque sin anteojos, me recuerda el rostro de mi madre. Ahora visto una pollera liviana, medio hippona, y una musculosa blanca. Recojo mi pelo y con una hebilla me lo ato en la nuca, tomo mis cigarrillos y salgo de allí.
Antes no creía hallarme en semejante situación, todo ciertamente es diferente, el aire, los objetos, tienen una luminosidad diferente, etérea. Aunque podría ser que me hallo entre dormida. 
Me apresuro y salgo a la terraza de la popa, en el horizonte la masa de la gran Argentina se aleja, envuelta entre penumbras y pequeñas luces que, imagino, serán del puerto que dejamos atrás.
Mientras la tarde muere ensangrentada, las estrellas refulgen sobre nosotros los viajeros. Brillan como nunca mientras la oscuridad de las aguas la refleja en centenares de chispas junto a la enorme Luna que nos acompaña.
-Señorita –Me dice la misma tripulante que nos guió a los camarotes.
-Dígame Aída, no me gustan que me digan así. –La muchacha me sonríe y me señala el salón.
-Están sirviendo la cena, puede ordenar cualquier plato de la carta en estos horarios –Me tiende un folleto- La cocina estará abierta hasta las 24 hs. Que disfrute su estadía, Aída.
Observo a la joven mujer, es muy bonita, tiene el pelo corto y rubio, los ojos verdes y enormes, llenos de un rumor cálido. Miro su insignia, se llama Victoria Salerno, un bello nombre para el personaje de un drama.
-Muchas gracias Victoria, tendré en cuenta tus palabras.
-Buenas noches.
-Buenas noches –Le contesto con la misma simpatía. La sobrecargo o como se diga, parece una mujer feliz, sin muchos problemas, útil a su cargo, de amplia experiencia, lo que me genera una inconsistencia debido a su aparente corta edad. Ella se retira por el pasillo interno del barco y no la vuelvo a ver en toda la noche.
Me siento a contemplar la mar y enciendo un cigarrillo. Hace días que me duele la garganta pero no logro decidirme a dejar de fumar. Roberta piensa que no logro dejar el hábito por mi falta de voluntad, que no puedo hacer lo que me prepongo, que sorpresa amiga cuando no me encuentres en ningún lugar de la gran Buenos Aires.
El sonido del agua en las propelas me recuerda una lavadora de ropa, la que usaba todos los sábados en mi barrio de Barracas. Aquel sitio sobre O’Higgins que me albergó los últimos años nunca se transformó en el sustituto de mi hogar allá en Los Cardales. Una vida solitaria y dura tuve allí, fácil en cuanto a las posibilidades de entretenimiento, pero en los sentimientos, muy caro a mis ansias.
Recuerdo Buenos Aires como una gran ratonera, donde el más fuerte sobrevive y el débil vende hojotas y medias en una plaza o en Retiro. Aquellos fueron mis musas inspiradoras cuando la escritura apareció. Hoy me parece lejano y olvidado aquel departamento del piso 10 donde los mosquitos me quitaban el sueño allá por el 2007.
Ahora me siento aliviada, dichosa y expectante ante todo frente a mí. Aunque cada cosa me resulta nueva, tengo ganas de explorar las posibilidades. No sé por qué cuento esto, o por qué detallo estas cosas en mi cuaderno de viaje pero, la verdad, creo sin exagerar que alguien pueda hallarlo interesante, sobretodo, yo misma en unos años.
Arrojo el cigarrillo a las aguas y luego de dos horas de escrupulosa contemplación me decido a ir a comer al gran salón. Ya son las once de la noche y el lugar parece abarrotado. No hay lugar sin usar, aunque nadie cena realmente, todo es una gran sobremesa. No me queda alternativa que sentarme a la barra lujosa del bar a un lado de la pequeña pista del centro del salón que se halla cercada por varias mesas y comensales.
-¿Qué desea la señorita esta noche?
-Dígame Aída, no me gusta que me llamen así.
-De acuerdo Aída ¿Qué puedo ofrecerte? –Dijo amablemente el cantinero ó bartender creo que así diría la mayor parte de los invitados.
-Solo un vaso con agua, voy a esperar una mesa.
-Muy bien, -En un momento me sirvió hielo y un vaso con agua- Aquí tiene Aída, si necesita algo más, solo llame. En cualquier momento las mesas van a desocuparse. La mayoría de los clientes son viajeros frecuentes, tienen horarios y costumbres. Con su permiso.  
Se disculpo el hombre que lucía una enorme pelada en la cabeza y un voluminoso y tupido bigote francés. Era como viajar en un barco antiguo, no sé si por el ambiente o la decoración reservada, tal vez por lo amables que eran los tripulando o quizás, por un extraño viaje en el tiempo.
-Gracias –Le dije al hombre y lo vi irse al otro lado de la enorme barra.
Aquella persona me agradó de inmediato, su tranquilidad y sus maneras me recordaron a mi padre. Hombre como pocos hay sobre la tierra, él me dijo y aseguro con toda honestidad que el camino al éxito era “si no una ilusión” tan difícil como mover montañas, pero si había alguien que podía hacerlo, esa sería yo. Que viejo amoroso era mi padre, mi Pedro, el hombre que me entregó su vida por completo.
Lejos de creer en las alegres palabras del cantinero me senté a escribir en mi diario sin notar como las mesas se vaciaban. Sin darme cuenta las familias y los empresarios que viajaban en el buque se retiraron rápidamente a sus cuartos dejando a dos o tres rezagados con el postre. Me puse de pie y me dirigí a una mesa que daba justo a un precioso ventanal que da a babor. Aunque no distinguía nada en la oscuridad del mar, pequeñas luces fulguraban como luciérnagas en la lejana costa del mundo. Aquella frase tuve que anotarla con presteza por si algún día sentía deseo de volver a los hábitos de la escritura luego de este cuaderno de viaje.
Una moza se acercó a la mesa y me ofreció el plato del día que rehusé con ganas, pedí un plato de pastas y un vino, la chica asintió con delicadeza y se retiró raudamente. No tuve tiempo de examinarla, como era mi costumbre, pero me pareció bien. Fue entonces cuando volví a verlo.


Capítulo 6


Aquel muchacho alto, blanco y castaño, apareció por un corredor. No tardo en ubicar donde me encontraba. Me observaba con paciencia, como si hubiera esperado verme allí. No sé porqué pero su aspecto me provocaba indulgencia. Aún así no se apartó de la entrada por un tiempo que creí eterno. Supe que no me  buscaba a mí a pesar de observarme con intensidad, sabía que no estaba allí por mí, al menos lo creí todo ese extraño momento.
Me escrutó con sus claros e intensos ojos azules como relámpagos y luego, sin un motivo, me dio un saludo cordial, de esos que nos sorprenden de un completo extraño y se dirigió a la barra junto al cantinero.
La situación me estaba incomodando mucho. ¿Quién era este hermoso prodigio de la incertidumbre? 
 Decidí irme de allí, no me importó la comida, al fin y al cabo todo estaba pago. Me dirigí a mi camarote y pronto me quedé profundamente dormida.
En los días que siguieron tuve tiempo de ordenar algunas ideas sobre mi vida y recordé que Roberta debía estar más que furiosa por mi repentina desaparición. Aunque pensé que aquella situación ponía en riesgo mi trabajo y mi amistad con Roberta decidí no llamarla. Después de todo mi celular ya no me acompañaba al igual que mi vieja y mi nueva máquina de escribir. En ese momento me pareció lo correcto para mí, lo correcto para Aída. Pobre Roberta. ¿Qué cosa habrá inventado para salvar mis ausencias?
-¿Usted es Aída Luisa Záenz, verdad?
Aquella pregunta arrojó por tierra toda escapatoria. Todas las salidas estaban cortadas y una pared enorme se erguía entre mis sueños de libertad y la verdad irrefutable en que me hallaba. Huyendo de todos los otros.
-¿Es usted Aida Zaenz? –Volvió a preguntar la voz, pero esta vez, mis ojos asociaron la voz con un rostro. Era el rostro de aquel muchacho alto y blanco, de ojos como cielo y mirada intensa- ¿Es usted señorita Zaenz?
-Solo dígame Aida, no me gusta que me llamen señorita, ¿Qué desea? 
-Hola Aida, -Dijo el prodigio sin consternarse o acobardarse, muchos hombres suelen empequeñecerse cuando alguien de carácter los confronta, al menos muchos actúan así y para mi suerte, mi reacción cuando alguien me reconoce me ha ayudado a salir airosa de situaciones incomodas, quizás, parecidas a ésta.  
-¿Lo conozco? –Dije sin vacilar un segundo, la rapidez es importante y el tono acusador y áspero lo es en igual modo.
-No, no me conoce, mi nombre es Valentino, la ví el día que embarcamos y creí reconocerla, no estaba seguro, pero hace unas noches, cuando la cruce en el salón, estuve seguro que se trataba de usted.
-Espero que no me mal interprete Valentino, soy una mujer muy ocupada, quisiera que esto lo mantenga en secreto, no quiero que me molesten o que me reconozcan.
-No es mi intención –Dijo casi esbozando una sonrisa- molestarla de alguna manera.
Aunque no estaba segura y una nunca lo esta con un extraño, desee que aquello no pasara a mayores, por menos tuve ciertas desavenencias en el pasado y empezar en aquel barco a rechazar propuestas de trabajo o firmas de libros, autógrafos, me parecía una forma muy triste de empezar mi nueva vida.
-No deseo molestarla Aida, es lo ultimo que quiero, pero si no fuera estrictamente necesario, preferiría salir de aquí, luego de sus elocuentes palabras. Solo me preguntaba ¿Por qué una mujer como usted, tan aguda y atemporal, viaja sola al extremo mas lejano del mundo? Pero entonces me dije que quizás usted se halla haciendo una investigación par un nuevo trabajo, eso me aparto de la idea de hablar con usted.
-Supongo que estuvo casi en lo cierto pero…
-…Pero luego se me ocurrió que tal vez usted sea mas que una persona reservada pero ¿Por qué viajar de esta manera? Esta clase de viajes casi siempre traen a colación conocer gente.
-Entiendo.
-Así que mi intuición me dice que esta tomándose un respiro de sus actividades y lo ajetreado de su vida, la vida de una persona a la que se le demanda no libran muchas opciones. O está de vacaciones, que lo dudo en esta época del año, o está huyendo como todos nosotros. 
Aquella idea me golpeo de lleno. Me quede atónita. Lo cierto es que no me frustran las personas que no conozco, ni las pocas que sí, pero un extraño ¿Cómo puede frustrarme una persona que es capaz de leerme tan bien?
-Supongo que usted señor Valentino no está buscando un autógrafo.
-No me llame señor Valentino, no me gusta, decíme Valentino, y no estoy buscando un firma Aida, en lo absoluto.


Capitulo 7


Me quede observándolo, el muchacho me sonrió. Era un hombre muy bello pero no me gustaba al menos no en ese momento. Sus ojos poseían una cierta piedad que no había visto en ninguna persona. Quizás eso permitió que dejara de increparlo.
-Sos muy perspicaz Valentino.
-Eso dicen aunque no me creo para nada un hombre perspicaz.
-¿Usted escribe? – Pregunté con cierta fascinación pero entonces me di cuenta que, mal que me pese, estaba muy cómoda sentada en mi silla mientras el muchacho seguía allí de pie junto a la mesa, que tonta. -¿Querés sentarte? Perdóname por favor no me di cuenta. Creo que olvide mis modales en Buenos Aires. -Valentino asintió agradecido.
-¿No es un inconveniente para usted Aida?
-Ya no lo creo, sentáte tranquilo, no pasa nada –Dije en un tono mucho más cordial. El joven me interesaba cada vez más.
-Respondiendo a tu pregunta, no, no soy escritor, pero me gusta leer si, eso me calma cuando todo lo demás se empeña en agitarme. Es un hábito que me quedo de muy joven cuando asistía a mi colegio, es lo único que me quedo en la cabeza, el hábito. No me creo capaz de escribir, se necesita mucha imaginación y mucho corazón para crear algo tan vivido de la nada. ¿No te parece?
-Si, creo que si. –Dije con cierta aprensión- A mí también me gusta leer, es algo con lo que crecí, no es algo de lo que hable muy seguido con la gente o en mi trabajo, es mas, siquiera hablo de ello en el trabajo porque justamente es eso, un trabajo. Decíme Valentino ¿En que te puedo ayudar? ¿Qué querés?
El hombre se tomó su tiempo para responder. Nunca estuve segura de muchas cosas pero aquella charla no podía ser casual. Imaginé que Roberta había contratado a alguien para seguirme pero ¿Tan pronto? Por un instante me creí esa tontería sin vacilar pero luego me sentí una total imbécil.
-No deseo nada en especial Aida, solo quería tener un momento con usted, me resulta una mujer fascinante además, en medio de la nada, muy pocas cosas pueden mantenernos alejados los unos de los otros.
-Esa es una muy buena frase –Reí sin entender porque lo hacia. Valentino, con su suave y escrutadora mirada, me hacia asentir y no lograba rehusarme a sus ideas. “En medio de la nada” que bella frase para una historia, para un libro.
Hablamos durante toda la tarde, no hubo necesidad de ser descortés con aquel bello hombre. En verdad parecía ser una persona de buenos modales, caballero y divertido en la misma proporción. Era la primera vez que alguien me abordaba de esa manera, sin que hubiera terceros de por medio, quizás, en una fiesta en la editora o en alguna junta donde Roberta hacia de chaperon cada vez que podía. Ninguna persona se presentaba ante la señora Schult sin una cita previa.
Ya había olvidado mis modales con la gente, no todo en la vida es una presentación, una junta, edición, doblajes, traducciones, reuniones de trabajo, trabajo, escalar, mantenerse en la cima. Una persona en sus cabales no pelea por lo suyo solo para mantener una figura de si mismo, una recreación de lo que se es ante la sociedad, aunque nuestra sociedad así lo dicte. Alguna vez esa persona que sabemos está en nosotros debe salir, estallar, respirar. En mi caso “ella” era quien ahora descubría esa situación, la verdadera Aida, no la empresaria, no la escritora, sino yo.    
-¿A que te dedicas en el mundo conocido Valentino? –Pregunté sin estar seguro si convenía hacerlo. La desilusión suele ser grande para quienes esperamos demasiado a cambio de nada.
-Por ahora puedo decirte que me dedico a salir de una vida llena de ausencias. Casi todos en este barco sienten o piensan lo mismo que vos Aida. La ciudad, la gente, su ausencia y la calidad de algunos, cada cosa nos afecta, sobre todo a quienes damos mucho de nosotros. Pero a pesar de ello tengo que dedicarme a algo, supongo –Dijo sonriente- Soy una especie de coleccionista, tengo una casa de artesanías, soy algo así como… un recolector de vidas, de situaciones. Cuando viajo a lugares en el interior del país busco aquello que no se puede ver en la ciudad. Encargo cosas que me gustan en los lugares que visito. Por ejemplo; En Bahía Blanca hay un lugar pequeño, un barrio en las afueras que se llama Coronado, allí encontré una pieza que me gusto mucho, era una pequeña estatuilla de un gato con el cuello largo hecho en piedra.  El hombre que la esculpió era un viejo llamado Amado, tenía una forma particular de ver las cosas, muy especial. Me costó mucho convencerlo que me vendiera la estatuilla, supongo que se apiadó de mi el último día que estuve en Coronado, aunque también creo que se decidió a venderme su creación debido mas a mi necedad que a su bondad. Suelo ser muy molesto.
-Pero conseguiste el Gato.
-Si, así es, pero Amado se aprovecho de la situación, solo que nadie sabe en esos momentos quién se está aprovechando de quién.
-Supongo que el mundo está construido de esa manera, alguien siempre ha sangrado por sus creaciones.
-Si. Es cierto, Aida. Quién no mejor que vos para decir esto, para saber como son las cosas en el mundo. Creas historias, las unís, haces y deshaces situaciones, creas personajes y vivís sus aventuras a través de ellos hasta que al fin entregar sus vidas, sus vivencias, a un editor que tal vez las cercene sin compasión. Luego el mundo se hace eco en ellos a su manera y observas los resultados.
-Es fascinante como pones en tela de juicio la vida de gente que no existe.
-A lo mejor para vos es así. No lo sé. Pero hay personas que aprenden según las vivencias de otras personas ó respetan sus creencias basadas en un libro. No creo que puedas subestimas a ninguno de ellos, a ninguno de esos personajes a los cuales solo conocemos por libros, a su manera tienen vida, merecen ser respetados, incluso los tuyos.
-Puede ser, -Él me sonríe- quizás un día decida juntarlos a todos y los asesine para siempre, como buena villana que soy.  
-Podrías hacerlo –Rió felizmente Valentino como yo.
Ambos estuvimos allí por horas, fue una tarde bella e interesante. Creo que lo disfrute tanto como una persona puede hacerlo con alguien como ese hombre. Nos despedimos sin hacernos mala sangre, era un muchacho muy educado, su presencia dejaba en claro que se trataba de una simple reunión y nada más, no sé porque lo hizo así, soy una mujer soltera, quizás no quería causarme problemas aunque tal vez yo si estaba dispuesta a ello.
La Esperanza continuó su marcha por el enorme atlántico costeando a varios kilómetros náuticos la costa del país. Catalina está todavía muy lejos y el tiempo me parece estanco en las horas de la cena. Luego de cenar me retiré a mi camarote y me recosté algo intranquila vistiendo mi ropa. El murmurante silencio del mar y las maquinas bajo cubierta parecen un corazón golpeando las memorias de mi ensoñación.
Entrada la madrugada creí que la mar entraba por la puerta, pero me sentí petrificada, no me movía ni intentaba hacerlo. Bajo cubierta un ruido forzado pareció quebrar algún material cárnico del cuerpo del barco. Alguien gritaba, no sabia quién. Era un llamado desesperado. Pronunciaba mi nombre y yo no podía contestar. Me sentí una estatua con toda la constancia y atino de aquella inusitada situación. La Esperanza parecía un cascajo pesado intentando llegar al fondo del mar helado. Ahora la ciudad de Catalina me parece una eternidad inalcanzable.
Una gran conmoción irrumpió en mí como un poderoso golpe en el rostro. Me sorprendió terriblemente darme cuenta que, a pesar de todo, no conseguía salir de mi parálisis. Las aguas imaginarias completaban la imaginación de mi camarote al tiempo que me sentía helada, aterrorizada, aunque tranquila de algún modo. Los llamados entre las paredes, el remordimiento de las mamparas, el coqueteo de la muerte que me tomaba por los hombros, no pudo ser mas estremecedor.
Entonces, creo, fue cuando me sentí ingrávida entre las sacudidas y los tirones. De pronto el aire inundó mis pulmones, podía respirar de nuevo, como si un tibio beso liberara mi aliento, desperté.


Capítulo 8


Hacia una semana que partimos en aquella increíble maquina. Las jornadas transcurrieron como estrellas fugaces y todo pareció nuevo incluso ahora que la Esperanza se encuentra en el fondo del Atlántico. No sé que fue del resto de la tripulación, los pasajeros, los hombres y sus mujeres, solo tuve noción de hallarme con vida respirando en el tibio abrazo de un cuerpo. Contemplé a mí alrededor, la mar se hallaba serena y, junto a mí, mi gran salvador.
En ese instante de contemplación recordé pensando en cuan enorme y misterioso me resultaba la mar aquella vez primera que observe en ella. Ahora luego de tantos años me hallaba a mitad de su enormidad, a merced de su implacable destino. Gracias al cielo no me encontraba sola. Volví a desmayarme.


Capítulo 9

Él me observaba hacia rato cuando abrí los ojos. Llevaba dos días durmiendo dentro de la barca salvavidas. Me alegré inmensamente de ver a Valentino sonriéndome, pero me puse nerviosa al ver que no estábamos solos.

“Tanto va el agua al cántaro que al final la rompe”

-Hola –Dije con la garganta reseca- ¿Qué pasó?
Valentino se sonrió al igual que el extraño que estaba sentado junto a él. Ambos parecían muy agotados. Un esfuerzo sobre humano había amilanado sus fuerzas durante las horas de desastre.
-Digamos que una historia bien narrada no puede ser más calamitosa que naciendo de la ignorancia más cruel y diestra.
-Lo que quiere decir que No tenemos la menor idea. –Dijo el extraño en un tono burlón.
-¿Dónde está el resto de los pasajeros? ¿Hay alguien más?
-No –Dijo Valentino- No sabemos nada de nadie. El barco no dio tiempo de organizar nada. Cuando comenzó a hundirse salí del camarote y pensé extrañamente en nuestra charla, como no sabía si estabas o no en tu camarote quise asegurarme que pudiste salir. Me costó mucho trabajo arrastrarte entre la gente desesperada. Cuando llegamos a popa algunos arrojaban al agua balsas inflables como ésta, pero había mucho viento, los pocos que lograban subirse a ellas fueron arrastrados hacia la oscuridad. Junto con la ayuda del señor Morales conseguimos subirnos a esta balsa, lo demás fue una pesadilla.
-Si, lo fue –Dijo Morales- había mucha gente en el agua, muchos gritos y desesperación. El barco, la Esperanza, no tardo más de cinco minutos en irse a pique. Se llevó mucha gente al fondo mientras que a los botes salvavidas los arrastro el viento. Creo que somos los únicos que lograron salvarse.
-Pero eso es terrible, alguien mas tiene que haber salvado su vida –Dije nerviosa.
Valentino de inmediato se acomodo junto a mi y me abrazó.
-Tranquila –Dijo amorosamente.
-¿Cómo me sacaste?
-Con mucho esfuerzo y la ayuda de Morales.
Observé al hombre que no me inspiraba confianza, no sé porqué, no me había dado motivos para tal rechazo, sin embargo algo turbio se movía en él. Le tendí la mano y le agradecí su ayuda. Morales me estrecho la mano pero sin conmoverse en lo absoluto, me guiñó un ojo al tiempo que mascaba un chicle.
-Ahora nos queda esperar –Dijo medio sonriente- supongo que la ayuda no va a tardar otro día –Rió nervioso- ¡Mierda! ¡Que hambre tengo!
-Entonces hay que estar tranquilos y atentos –Se apresuró Valentino.
-Yo estoy tranquilo. Seguí abrazando a tu novia. Yo prefiero desquitarme puteando.
Valentino no dijo nada más y nos quedamos callados mientras Morales puteaba entre dientes su mala suerte. Después de un rato se quedó callado como nosotros.


Capítulo 10


En este momento todavía no entiendo cómo es que entre tanto movimiento, entre tanta desgracia, entre tantos agónicos movimientos del Esperanza, yo, aquí en medio del Atlántico Sur, puedo estar escribiendo este diario de viaje. Valentino me contó, al caer la noche, sin novedades del rescate, que esa fue una de las causas por las cuales mi rescate fue dificultoso. Me dijo que me aferraba a este cuaderno como si mi vida dependiera de ello. No se hasta que punto mi estupidez, o dedicación a aferrarme a una vida pasada, era tan pronunciada o poderosa. Lo cierto es que de no haber sido así, de no entregarme a los brazos de Valentino, de no ser fuerte o le importara tanto, quizás, mi extraña idiotez, nos habría costado la vida. No comprendo aun como pudo sostenerme en esa pesadilla que recuerdo en sueños como un murmullo de cosas que se rompen y rechinan, que se parten y gritan en un confuso ensueño memorioso.
En este extraño paraje de la vida, en esta situación inaudita y fantasiosa, si se quiere, no intuyo como puedo sentirme tranquila mientras escribo en este diario de viaje. Siento que todo me ha sobrepasado.


Capitulo 11


Mientras amanece vuelvo a encontrarme entre los fornidos brazos de Valentino, el duerme aún pero Morales está bien despierto y me observa como un animal que olfatea y acecha su presa desde una extraña ventaja.
-No hay señales del rescate –Dice con el ánimo turbio- cada día que pasa podemos estar alejándonos de la costa. Argentina está hacia el oeste –Señala con un movimiento de cabeza- por lo que creo, el viento, nos arrastra mar adentro. Esto es un desastre.
Valentino se despierta y me mira, luego a Morales.
-¿Qué hora es? –Pregunta roncamente.
-Son las seis treinta de la mañana, ya amaneció hace un largo rato –Escupe el hombre como quien maldice su suerte en un estado de ingratitud total- Nadie vino. Anoche, mientras los dos dormían intenté mantenerme despierto y atisbar en el horizonte, creo que al noroeste, antes de desmayarme, vi una especie de resplandor. “Con que ganas desee no quedarme dormido”
-¿Qué viste? ¿Por qué no me despertaste? –Gruñó Valentino fuera de sí- Debiste despertarnos de inmediato.
-Yo no te hago caso ni te debo nada –Se enfadó Morales- Acordate que me esforcé mucho para ayudarte con tu mujercita.
Me quedé helada al oír hablar a morales, el resplandor en sus ojos era intrincadamente aterrador. Nuestra circunstancia no tiene precedentes. Jamás en la vida espere encontrarme en esta situación, en el mar, perdida, con dos hombres, hambrienta y agotada. Desee desde el fondo de mi corazón que todo fuera una pesadilla, que ante el primer espanto me despertaría en el suelo de mi departamento de O higgins. Instintivamente sostuve a valentino por el brazo, no quería que aquello se descontrolara, parecía preparado para golpear a Morales.
-¡Sos un estúpido! –Dijo Valentino con desdén. Morales se burló como quien escucha mal chiste.
-¿Y eso porqué? –Escupió
-¿Y si era un barco? ¿Y si es el equipo de un puto barco de rescate? –Gritó con furia sin apartarse de mi lado, listo para batirse con el hombre.
-¡Estaba cansado! –Se excusó con un bramido- ¡Estaba muerto de cansancio! ¡No podía moverme! No tenia caso despertarlos ¡No tenemos nada con que hacer señas!
Valentino estaba terriblemente disgustado, colérico, solo en ese instante di cuenta que llevaba puesto su chaqueta negra y en ella la forma de un pesado bulto en uno de sus bolsillos. No se digno a decir nada sobre ello a Morales, quizás, notando que él también estaba listo para golpearlo cuando se decidieran a hacerlo. La discusión murió al instante tal y como había empezado. Los dos hombres se ignoraron de allí en más.
En ese extraño momento no dije nada, agobiada por las duras voluntades de los hombres ¿Qué podía decir que los calmara al instante? ¿Qué pudiera hacer yo para desanimarlos de atacarse, acá, en medio de la nada, sobre una balsa salvavidas? ¿Acaso podría en los días por venir siquiera decir alguna cosa que los detuviera de sus actos? ¿Acaso podría hacerlo?
Cuando llegó el medio día del tercer día a la deriva, notamos que el viento menguaba esporádicamente. No sabíamos si eso era bueno. Pronto, entre las ráfagas, distinguimos formas en el agua.
-¿Qué puede ser? –Susurró Valentino.
-No tengo idea –Dijo Morales dubitativo.
De repente ambos intentaron dirigir la balsa en dirección a los restos, intenté ayudarlos todo lo que podía pero estaba muy cansada y hambrienta.
-¡Es madera! –Gritó Morales- Son restos del barco. ¡Allí hay mas cosas!
Entre los tres intentamos asir algunos maderos pero era muy difícil. Pesaban demasiado para arriesgar la balsa y los dejamos en el agua. Pero Morales halló una que podía usar como remo. Con su fuerza, y tras el hallazgo de otro trozo de madera, Valentino y Morales remaron hacia una porción enorme de restos flotantes. Entre ellos había una variedad enorme de cosas inútiles. Todas destruidas por una indecible fuerza. Algunos restos mostraban quemadura o rasgaduras extrañas, como si una explosión los hubiera volado fuera del armazón de la Esperanza.
-¿Qué le pasó al Esperanza? –Nos preguntamos
Mientras hurgábamos entre los restos hallamos sillas de madera que aseguramos a las balsa con los cordones de nuestras zapatillas, vimos un enorme fragmento de madera que creímos parte de un enorme cuadro, muchas cajas flotaban alrededor, intentamos llegar a ellas usando los remos pero el viento las esparció mas allá de nuestro alcance. No pudimos disponer de ellos y sus secretos. Morales gritó enfermo de rabia y desesperación, como a él, nos estaba enloqueciendo el hambre y la sed. Como hacia días, luego de desahogarnos a los gritos, nos quedamos callados. Pero ello no duró mucho, un grito de horror se atragantó en mí. En el agua flotaban los cuerpos de varios pasajeros de la Esperanza, entre ellos, el del hombre que nos dió la bienvenida el día que abordamos.
-No mires más. –Sugirió Valentino- Apartá la vista.
Algunas de las personas en el agua estaban terriblemente deformadas, otras se hallaban aferradas a restos flotantes, en su mayoría, todos se hallaban boca abajo, algunos, ahogados indudablemente durante la noche. En medio de ese atolón de muerte algo reavivó el rostro de Morales. El hombre se arrojó al agua sin dudarlo un segundo desapareciendo de nuestra vista al instante.
-¡Morales! –Gritó Valentino y tras él dirigió la balsa salvavidas.
Por un instante no pude distinguir a Morales entre los restos flotantes, entre los cuerpos, las aguas sacudían y mecían todo en un vaivén mortal. Vimos que Morales asomar la cabeza y luego desapareció de nuevo, Valentino se apresuró lo mas que pudo tras el hombre que nadaba con fuerza. Entonces salió del agua boqueando sosteniendo a duras penas una caja de primeros auxilios. La arrojó hacia nosotros.
-¡Estaba bajo una de las maderas! –Jadeó asiéndose de la balsa- Hay que revisar los restos, puede que halla algo de utilidad.
Valentino no objetó la idea de Morales, ni yo, que estaba horrorosamente fascinada por el terrible momento. Mi corazón parecía un cúmulo de soledades encontradas, sentí que todo lo que había hecho en la vida no tenia merito. Que mi condición humana me había endulzado el camino hacia una situación inevitable. Pensé en la muerte y que podría ser, sin equivocarme, la persona que flotaba muerta a mi diestra. Podría haber sido ella.
Morales volvió a la balsa, estaba agotado, Valentino y yo compartíamos su cansancio. La tarde caía en la soledad del mar. Con cada suspiro de agotamiento los tres recordábamos con amargura la idea de hallarnos a la suerte imparcial del océano. Si nadie había hallado los cuerpos de esa gente con tantos escombros a la deriva ¿Cómo podrían encontrarnos a nosotros, los agónicos?
Esa idea caló demasiado fuerte en mi pensamiento. Tenía mucho miedo. No sé que íbamos a hacer. Si nadie nos descubría pronto íbamos a morir allí en medio del mar. Me sentí una estúpida escribiendo esas líneas aunque, en cierta forma, afirmó una cierta ilusión de control, una ilusión que me engañaba y reconfortaba. Me hacia pensar que es posible sobrevivir aunque la verdad sea otra y yo, me hallara más indefensa que nunca.
-No veo nada más –Jadeó Morales
-Estas agotado, subí a la balsa, no podes más –Apresuró Valentino- Ahora es mi turno de buscar.
Morales acepto de buena gana la sugerencia. Con gran dificultad Valentino tironeó de los brazos del hombre y lo ayudó a abordar. Él se arrojó cansinamente boca arriba. Luego de un momento ambos hombres llevaron la balsa hacia otra parte de los restos y allí, mi salvador, se arrojó al agua para hurgar entre los restos de la Esperanza.
Nunca me imagine una situación parecida, un lugar tan desolado y silencioso, un sitio tan lleno de nada. Nos estamos volviendo locos. Las cosas que hoy recuerdo me remontan a lugares llenos de rostros y voces, canciones que no entiendo en la distancia, observo directo a los ojos de Morales y veo una expresión extraña. Un miedo insondable lo domina. Su corazón no late y su alma parece un hueco a través de sus ojos. Es como si estuviera vacío. El miedo hace que todas las cosas sean diferentes, las convenciones sociales no se aplican en la desesperación. Ninguno sabe de lo que es capaz hasta llegado el momento. Creo que Valentino jamás se creyó capaz de salvar a una persona como yo, tan inútil, tan indefensa, tan prescindidle, sin embargo lo hizo.
No estoy segura que cosas piensa una persona con miedo, que puede sentir en un dilema semejante, o por lo menos, nunca supe que podía o no hacer si algo sucedía. Ahora, en la mar, entre la vida y la muerte, justo cuando imagino un cambio de vida, un cambio de escenario a un transitar inerte en una ciudad a años luz de este día, cuando encuentro que hay alguien mas aquí, en la vida, creo que muy a pesar de mis esfuerzos, no podré continua mas allá de estas líneas, mi mortal testamente, mi diario de muerte.      
Valentino surge de las aguas inescrutables sin nada en las manos.
-No puedo encontrar nada –Dice jadeante.
-Seguí intentando, hay que perseverar –Insiste Morales con una voz ronca mientras revisa el botiquín de primeros auxilios que dice Esperanza en la tapa.
Luego de un tiempo el viento vuelve a soplar con dirección este, mar adentro, y con ello nuestras desdichas se acrecientan. Valentino se apresura a la balsa y se deja caer sobre el piso de plástico junto a mí. Ahora nada puede preocuparme mi salvador ha vuelto. Entre tanto, Morales, continúa revisando una y otra vez el botiquín de primeros auxilios. A pesar de mostrarse un hombre corpulento, de modales simples y carácter quebrantado, examina la caja con tanta necesidad que, de verlo, me provoca la firme idea que se trata de un hombre capaz de cualquier cosa.
-Estamos muy jodidos –Dijo totalmente derrotado- No sé si van a rescatarnos.        
-No hablemos de esa forma Morales. No desesperemos. –Apresuró Valentino- Vamos a estar bien mientras nos mantengamos tranquilos.
-¿Tranquilos? ¿Tranquilos? Vos no tenés idea de cómo van a ser las cosas, si alguien no viene pronto nos vamos a morir de hambre y de sed. Eso va a pasar muy pronto.
-¡Basta! –Exploté- Basta Morales, no quiero escuchar esas cosas, me asusta demasiado estar acá, más si estas hablando de esa manera.
-¡Y vos quien te crees que sos para callarme!
-¡Basta Morales! –Lo increpó Valentino adelantándose a mí.
Entre tantas cosas, entre tanta agonía por la sed, por el hambre y la desesperanza, todo me hacia creer que aquello era, a falta de otro pensamiento, una obra trágica del destino listo para desarrollarse sobre el escenario silencioso del mar. Aunque pensé que Morales no iba a aguantar nuestra reacción así lo hizo, supongo que no quiso batirse contra ambos, algo aún lo detenía. Así como el miedo puede elevarnos a las tareas más despreciables o encomiables también marcan una suerte de fría sensatez. Pensamos todo dos veces antes de actuar. Morales se encontraba en esa situación. El hombre nos dio la espalda y volvió a escrutar el contenido del botiquín de primeros auxilios. Al fin, la tarde calló sobre el oeste del mundo, muy a pesar de todo lo ocurrido, los tres nos quedamos profundamente dormidos.

   
Capítulo 12


Hoy al despertar, no quise decir nada a Valentino, pero Morales nuevamente nos ha estado vigilando mientras dormíamos. Entre despierta di cuenta de esta verdad. El hombre nos observa con expresión lejana y esos ojos tan vacíos que hieren. Como en una vigilia mortal a la espera de quien sabe que oportunidad.
-Buenos días bella durmiente –Dijo roncamente intentando molestarme. Me observaba de reojo con las cuencas huecas como abismos.
-¿Pasa algo? –Dijo Valentino- ¿Alguien vió algo?
-¿Qué si alguien vió algo? –Roncó Morales- Si acaso me preguntas a mi Valentino tengo que decirte que no, no ví nada todavía, nadie vió nada, creí ver un resplandor en la distancia, una especie de luz, los zamarreé a los dos pero ninguno se despertó, igual sucedió muy rápido, no hubo tiempo de nada.
-¡Mentira! –Estalló Valentino fastidiado por la estupidez de aquel hombre aterrado.
-¡No estoy mintiendo! –Contestó ferozmente mientras se aferró a esa especie de remo improvisado que rescatamos del mar- ¡Si quisiera mentir diría que no aproveche el momento para revisar entre sus ropas!
Aquel relámpago de honestidad me aturdió como ninguna cosa en algún momento de mi vida. Valentino estaba consternado e inmóvil, quizás, intentando que Morales no decidiera a golpearnos.
-¿Qué dijiste?
-Ya escuchaste. Y por la cara de susto que tenés, sé que lo hiciste bien. Los estuve observando todos estos días y mentiría si dijera que no aproveche para registrarlos –Se sonrió- y la verdad me siento muy enojado contigo Valentino.
Sus palabras me aterraron de una manera cruda. Tanteé donde suelo tener mi cuaderno de viaje, ya no estaba, Morales lo tenía junto a él, como intentando congraciarse conmigo me lo tendió pero súbitamente me lo arrojó a los pies.
-No leí nada en ningún momento, lo ojeé un poco pero me dio cargo de conciencia, así que lo dejé –Hizo una mueca- Eso puedo decir de vos, Aida, pero de vos Valentino, pienso muy diferente.
-¿Qué?
-No te hagas el tonto, ya sabes de que hablo, mentiroso. –La mirada del hombre se encendió como un fuego- ¡Sos un mentiroso! La otra noche no me dijiste que tenías una bengala ¡Falso! Por tu culpa no pude señalar nuestra posición a los que navegan estas aguas de mierda ¡Falso! ¡Mentiroso! ¡Nos mataste a los tres!
No sé muy bien como pasó. Todo fue muy rápido. Morales se levantó temblando sobre sus rodillas, no sé que maldad lo mantenía de pie, pero lo hizo rápido, se abalanzó sobre nosotros. Intentó golpea a Valentino pero él esquivó el golpe que iba a su cabeza, pero en cambio, golpeó la mía.


Capitulo 13


Cuando desperté Valentino estaba al otro lado del inflable. Me miraba fijo alternándome con el agua. En sus manos sostenía la pistola de bengala. A pesar de lo aturdida que me hallaba, la sola vista de Valentino allí, solo, me espantó hasta los huesos. Sentí un pavor inmenso al hacerme a la idea que aquel bello hombre, tan atento, había sido capaz de matar a otro hombre. Aunque no me quedaban dudas que lo habría hecho en defensa de ambos, me sentía terriblemente mal, Morales solo era un hombre presa del miedo, el mismo que sentía yo ó Valentino. El más bello de los hombres, mi salvador, estaba terriblemente agotado. Volvió a observar el agua. ¿Por qué observaba el agua con desprecio?
Salí de mi ensoñación, de mis pensamientos sobre el bien y el mal, me moví lentamente, y me arrastré sobre la balsa hacia mi salvador, entonces lo vi. Estaba en el agua, con una mirada asesina. No sabía cuantas horas había pasado desde la pelea y mi desmayo. Valentino pudo reducir a Morales quitándole el madero que usaba de remo, de alguna manera, lo arrojó al agua. Supe entonces que Valentino era un buen hombre, no un asesino, luego de la pelea continuaba asistiendo a esa persona con miedo. Le permitió sujetarse de la balsa para que no se agotara.
-¿No vas a dejar que me suba? Hace mucho frío en el agua –Dijo con un hilo de rabia en la voz.
-No Morales, no vas a subir. No tenés escrúpulos y sos un cobarde ¡Pudiste matar a Aida! ¡Sos un hijo de puta! ¡No vas a subir! ¡Ahí te quedas!
-No me dejes acá Valentino –Gimoteó el hombre dentro del agua.
Observé la escena en silencio. Lo cierto era que casi me había matado con aquel golpe. La cabeza me dolía bastante del lado izquierdo, aunque no podía ver mi rostro reflejado, supe que tenía un corte, mis manos tenían sangre.
-No es profunda –Me dijo Valentino- es una herida menor, el golpe te dejo sin sentido y no supe como reaccionar, te imaginaras el resto, me alegra que estés despierta.
-Estoy bien. A pesar de todo. –Sonreí.
-Se nota Aida, seguís de buen humor, eso está muy bien.
-Me alegra que estés bien, perdón Aida, por lo sucedido, no sé que me pasó. –Murmuró jadeante Morales desde el agua. Lo observé un buen rato sin contestarle. Valentino me escrutaba como quien espera la señal de sacrificio. El pulgar abajo para hacer descender la espada.
-Está bien Morales, no me pasó nada, dejálo ahí. –Sus ojos parecían los de un cordero degollado- No discutan más, yo también estoy cansada, tengo hambre, sed y mucho miedo, como todos. Espero que alguien nos encuentre pronto, tratemos de sobrevivir esta situación, por favor.
-Si... si… Aida. Perdón. –Gorjeó aferrándose a la balsa. Al parecer Morales estaba aterrado de estar en el agua quizás pensando en las criaturas que habitan en su inmensa masa- Si… No les voy a dar problemas. Saquenme del agua por favor.
Valentino se me acercó y me susurró al oído.
-Aida, vos sabes que no podemos creerle nada a este tipo, no tiene palabra, no hay promesa en la que podamos confiar si viene de él, lo sabes, es un mentiroso y un cobarde, cuando se presente la oportunidad se va a lanzar en nuestra contra. El no está bien.
-Ya sé mi amor, pero no podemos dejarlo ahí toda la noche, es inhumano, el frío podría matarlo. No debemos actuar así.
Valentino se trataba de un hombre muy conciente de su entorno, a pesar de todas las cosas del mundo, de sus situaciones, supe que él tenía en cuenta lo que significaba dejarlo en el agua, la suerte de ese hombre estaba en nuestras manos, aunque ciertamente, aun hoy, no comprendo como pudo ser tan estúpido. Luego de meditarlo un momento más, Valentino, intercalando la vista entre el agua y mi rostro, asintió bufando.
-Está bien Aida, no somos asesinos, no podemos dejarlo pasar la noche en el agua, puede matarlo. Pero Aida, es mejor que estés atenta, no podemos confiar en este hombre. Si hay que elegir, yo elijo nosotros ¿Me entendés?
Asentí con amargo agradecimiento.
-¡Vos! ¡Morales! ¡Vamos! –Ordenó con todo el desprecio del que era capaz. Le tendió la mano- ¡Subí!


Capitulo 14


La noche pasó rápido, ya no estoy segura de los días, hace frío y el hambre me dobla. Estoy segura que Valentino y Morales se han vigilado durante toda la noche. Ahora ambos duermen agotados por la pelea.
    

Capitulo 15


Pasó el día y llego la noche. Valentino y Morales no se toleran. No se dirigen la palabra y se observan con miradas asesinas. Es como estar delante de una bomba de tiempo. No se que va  a pasar. Ya no sé hace cuantos días estamos en el agua y no hay noticias del escuadrón de rescate. Estuve mirando hacia el Oeste, como esperando ver alguna cosa, no estoy segura, veo una especie de bruma en la distancia, podría ser nada, pero sabemos que el continente está al Oeste, tal vez mañana nos pongamos a remar hacia tierra. No es difícil pensar que nos encontramos en el Atlántico, al Este de las costas del continente, manteniendo nuestro rumbo deberíamos divisar tierra en algún momento. Si no hacemos algo vamos a morir acá sobre esta balsa, de hambre o por alguna desgracia.


Capítulo 16


Creo que es el octavo día, estoy desconsolada, no puedo creer que nada de esto sea un sueño. Valentino y Morales no se dirigen la palabra. No se han movido de sus lugares en dos días, existe un ambiente de derrotismo generalizado, puedo verlo, es como si hubiéramos desistido de vivir, convencido tácitamente de abandonar la lucha, morir de una vez.
En ese momento no supe cuanto más podrían los dos hombres sostener los nervios, ambos estaban decididos a no ceder ninguna posición, ello no podía sino ser nuestra ruina.
-Valentino –Murmuré cansinamente
-¿Qué pasa Aida?
-Creo que nadie va a venir a buscarnos.
-Eso es muy posible –Jadeo con dolor
-¿Qué estas diciendo? –Preguntó Morales.
-Que es factible que nadie sepa que nos encontramos aquí, que la búsqueda se esté realizando en otro lugar. El mar pudo arrastrarnos muy lejos de donde se hundió la Esperanza. No podemos seguir esperando que vengan por nosotros. Está en nuestras manos salir de este aprieto.
-Aida tiene razón. –Jadeó Valentino observando por primera vez en día a Morales.
-Pero vos tenés la bengala ¡Usála!
-¿Para que la vea quién? ¿Vez algo mas que no sea agua? No podemos usar esta pistola sin estar completamente seguros que puede ser vista. Es la única esperanza de salir vivos de acá.
-¡Cálmense! –Dije con un dejo de amargura.  
-No me voy a calmar, no me quiero morir acá
-Nadie quiere morirse Morales –Apresuró Valentino con un tono neutro.
-Es cierto –Traté de decir sin explotar en llanto- hay que intentar algo, trabajar juntos, y lo primero que se me ocurre es remar hacia la costa. De alguna manera 
-¿Cómo? No tenemos nada, palos en lugar de remos, un par de chalecos salvavidas, esto es una mierda.
-Cálmese Morales –Advirtió Valentino.
-Pero…
-Aida tiene razón Morales, no podemos quedarnos acá, podemos remar con estos palos, hay alternativas.  
-Pero…
-Si, estoy de acuerdo –Dije tosiendo- estamos en el atlántico de modo que hacia el Oeste está el continente, Argentina está hacia allá –Señalé- el agua está muy fría pero si nos mantenemos en movimiento podemos hacer unos Km. a nado o remando, no importa, eso lo deciden ustedes, podemos descansar y nadar por etapas.
-Pero… ¡Es una estupidez!
-Podríamos salvar nuestras vidas –Repliqué con firmeza- hay muchos casos de personas que se extravían en el mar y logran llegar a tierra nadando, supongo que con la ayuda de las mareas, no sé, pero tienen la voluntad de intentarlo y eso los ha salvado, nosotros podemos Morales, estoy segura.
-¿Y el frío? ¡Eso puede matarnos! –Rezongó con los ojos inyectados de lagrimas- ¡Vamos a morir ahogados!
-Cálmese Morales –Rumió Valentino- Si te sentís mas seguro en el bote podes quedarte, yo creo en lo que dice Aida, acá tenés –Y le arrojó la pistola de bengala- No sé que vas a decidir, pero es mejor arriesgarse ahora que todavía tenemos fuerza que intentarlo más tarde cuando ya no tengamos nada.
-¿No podemos nadar tirando de la balsa?
-No Morales –Dije con tranquila- La balsa ofrece mucha resistencia en el agua, el viento sopla fuerte y la puede arrastrar hacia mar adentro, nos va a cansar enseguida. Mirá hacia allá ¿Ves esa bruma? Estoy segura que es tierra, podemos llegar.
Sobre el horizonte una bruma lejana y oscura daba la sensación que allí se hallaba una gran masa de tierra. Era posible no tenerla encuenta.
-¿La ves Morales?
-No sé… no sé… -Dijo rechinando los dientes- supongo que sí. No me gusta la idea de dejar la balsa, es espaciosa y es un punto luminoso en el agua. No creo que sea buena idea abandonarla.
-Tenés razón Morales, es muy cierto y muy posible que alguien encuentre esta balsa pero ¿Cuándo? –Dije asustada- Tengo mucho miedo de estar en un error. Soy solo una mujer con miedo que no quiere morir de esta manera. Tengo sed, tengo hambre y estoy cansada, pero tengo muchas ganas de seguir viva, si no querés intentar hacer algo por vos, es tu decisión, nadie te obliga a hacer esto. Yo no puedo seguir esperando y perder todo lo que tengo y lo que encontré.  
Valentino me sujeta del brazo y en su apriete siento que me asiste y reconforta. Él cree en las palabras que grazno mientras caen mis lágrimas. A pesar del cansancio y todo lo demás, mi salvador me apoya y eso, de alguna manera, me llena de coraje el corazón aquel nunca tuvo, haciéndome sentir que todo es posible.
-¿Cuándo empezamos? –Dice con tranquilidad. Mientras Morales nos observa de reojo a los tres, a Valentino, a mí y a la pistola.
-¡Yo no voy a ir! ¡Ustedes dos están locos!
-Entonces no hay nada que hablar –Dije sin pensar- nosotros nos vamos, intentaremos salir por nuestra cuenta, ojalá que alguien te encuentre pronto, no imagino como debes sentirte Morales, la verdad que no. No quiero dejar este mundo de la peor manera, sin intentar vivir.
Morales me miró con desconcierto, quizás, desde el lugar donde se hallaba, alguna de las palabras que dije lograron hacerse eco en él. Por un instante lo espere, estuve segura que iba a venir con nosotros, pero de pronto, sus ojos se llenaron de terquedad y un miedo insondable.
-Si quieren matarse, no los detengo, hagan lo que quieran, ¡Están locos! –Con un ademán tomó la bengala y la guardó en su chaleco salvavidas- Tómensela si quieren, yo me quedo acá, alguien va a venir, pero como no estoy loco como ustedes, cuando me rescaten voy a pedir que los busquen en esa dirección –Señaló con asco.


Capitulo 17


Roncamente Morales pareció atragantar una amarga carcajada, por extraño que parezca,  aquello significó un momento de lucidez ingrato. El cobarde siempre sabe cuando no dar el paso en falso y de alguna manera eso lo empuja muchas veces a una equivocación, sobretodo, al dejar a la suerte un posible. Morales me dió una cátedra sobre el miedo, una especie de razón, preservación, soldado que huye sirve para otra guerra. Que triste que un hombre deba ser de esa manera teniendo tanto por que vivir.
Ahora mismo Valentino y yo estamos a punto de saltar al agua para dejar atrás la seguridad de la balsa salvavidas. Espero que ésta sea una buena decisión. Estamos cansados, tenemos sed y hambre, Morales se rehúsa a acompañarnos, no podemos objetar su decisión, quizás sea mas lógico, quedarse y esperar, pero esperar qué cosa. El viento y las corrientes nos arrastran mar adentro, eso el lo único que creemos y ciertamente ocurre.
Hallarme a mitad de esta situación, entre la vida y la muerte, extrañamente, me aclara el pensamiento. Hace tiempo hubiera cambiado ciertos aspectos de mi vida, dedicarme a la escritura desde otro punto, quizás ser un amateur, vivir viajando, crear una familia, todas estas cosas, ideas, cruzan mi mente afiebrada. Las horas junto a mi salvador me han abierto los ojos a otras cuestiones, el matrimonio, vivir junto a un buen hombre, uno que me acompañe, podía haber hecho aquello junto a él, una familia, una vida simple desde hace tanto tiempo.
Ahora mismo, la señorita Schult, la escritora, la mujer reconocida por sus novelas, sus grandes imaginarios, no puede ayudarme a decidir, solo queda lo que es real, yo, Aida, la mujer delgada de treinta y tantos, solterona y reacia en su juventud a mantener relaciones muy largas o serias. La chica que pasó la mitad de su vida a la sombra de un seudónimo, respirando, construyendo una imagen y viviendo de esa fantasía.
Dicho de esta manera pareciera ser tan frívola, una mujer dedicada a una fantasía. Ahora mismo quisiera ser una mujer que no hubiera necesitado huir de su realidad para cambiarla, aunque hay cosas que no hubiera conseguido. Lo único de lo que no me arrepiento, y le da un motivo por el cual no desdeñar la decisión necesitada de huir, tiene que ver con mi salvador.
Supongo entonces que me encuentro en una encrucijada ¿Cómo puedo congeniar estas diferencias? ¿Cómo no tener el valor ahora mismo de hablar francamente con mi salvador? ¿Cómo decirle que desprecié la vida, una vida de hipocondríaca, agorafóbica, dedicada a anhelar a través de sus libros, cuentos y poemas? ¿Cómo no decirle que hoy a la suerte del mar, de la muerte, tengo fe en la vida gracias a él? Solo un extraño, mi complemento, la parte que faltaba en mí, aunque ni siquiera haya besado sus hermosos labios. ¿Cómo puedo ser tan cobarde aun hallándome en esta extraña inflexión de la vida?
A estas alturas mi corazón late apresurado, Valentino se prepara mentalmente para la ardua tarea mientras Morales nos observa con cara de carnero degollado, nos detesta, pero mas aún por dejarlo allí. ¿Qué puede pensar un hombre así? Realmente no puedo diferenciar quienes de los tres estamos mas temerosos, si nosotros por partir, si morales por quedarse. No se como va a seguir este diario, creo que Valentino solo aguarda a que yo deje de escribir. Tengo miedo de no volver a hacerlo nunca mas y que esta historia no llegue a nadie.
Observo a Valentino y él me ve con una mirada muy franca, me sonríe, sabe que hablo de él en estas líneas. Quizás por él logre llegar hasta donde sea que lleguemos, lo amo con todo mí ser y en sus ojos también veo amor. Creo que no hace falta que ninguno de los dos digamos algo.
-¿Estas lista mi amor? –Me dice sonriendo.
-Si, como nunca antes –Digo enamorada.
Nos preparamos para nadar. Estas son las últimas anotaciones. Tal vez vuelva a mi habito de escribir si mi salvador lo prefiere, sé que llegaremos juntos, nunca tuve tan fe en ello como ahora.


                                                                                                                18-01-2010

*Faltante de páginas. Hasta aquí el fragmento del diario de viaje.



Editorial Revelaciones
(2010)

ER: Fragmento de la entrevista a la señora Editora Roberta López.
R: No puedo creer que haya decidido seguir el ejemplo de esta loca. No por nada tengo ojo crítico con la gente. Siempre supe que algún día el nombre de Roberta Lucia Pérez, el nombre con que me denominaron mis padres, estaría asociado con una gran escritora. De la señorita Schult conozco su gran historia. Ella era una persona muy compleja. Su vida fue un cúmulo de certezas y sufrimiento muy grandes. Nunca le conocí un amante, al menos, en la etapa en que emprendimos nuestro primer proyecto.
ER: Supongo que eran muy jóvenes en ese entonces –Dice nuestro reportero
R: Si, muy jóvenes –Habla la mujer sin ruborizarse- Cuando la conocí era muy delgada, mas que en nuestro ultimo año juntas. Luego de las licenciaturas cada una siguió un rumbo diferente. Yo me dedique a trabajar en una editorial. Allí me pagaban por aprender de modo que fue natural que en algún momento ambas volviéramos a reunirnos, yo, como su editora, y ella como la novelista.
ER: Schult era muy diestra en su manera de escribir ¿Algo tuvo que ver su etapa juntas?
R: Para nada. Ella sabia bien que deseaba hacer, aunque algunas veces la notaba distante de su obra, como si luego de tantos años dedicados a su labor aquello ya no significara nada para ella.
ER: ¿Fue cuando comenzó a desaparecer?  
R: No, eso ocurrió más adelante, incluso nunca había hecho algo así, hasta que no supimos más de ella. Se fue sin decir nada y esa nunca fue su costumbre, por eso continúo insistiendo en su búsqueda.
ER: La justicia encontró en los peritajes que la señorita Schult había planeado un viaje. Siguieron el rastro de la tarjeta de crédito a su nombre hasta la ciudad de catalina.
R: Si ya sé. Pero nadie deja tantas cosas sin conclusión, nadie abandona una vida como la suya sin tener algo seguro.
ER: ¿Usted esta diciendo que la señorita Schult está fingiendo su desaparición?
R: ¿Cómo puede preguntar una cosa así con tanta gente desaparecida en la Esperanza? Yo no diría una cosa así nunca y, como te conozco, no te dejo hablando solo.
ER: Lamento el mal entendido. –Se disculpa nuestro periodista- La gente de los medio de comunicación esperan, como nosotros, que la señorita Schult aparezca pronto.
R: Todos la esperamos con impaciencia –Dice acongojada Roberta Pérez, editora de Art. Libros.
ER: Luego de un momento que decidimos sentarnos a disfrutar un café, la nota se pone mucho mas interesante. -Cuando supo que la señorita Schult estaba en la lista de desaparecidos de la Esperanza ¿Cuál fue su primera impresión?
R: Sentí una angustia enorme, ella, además de ser una gran escritora, es por lejos mi mas grande amiga. Exigí a través de todos los medios que continuaran la búsqueda en alta mar con pocos resultados, de todas maneras no me rindo ni me rendiré. Espero que Aida esté bien.
ER: A pesar de todos los esfuerzos, aun hasta este momento, no sabemos nada de la señorita Schult. La gente que pudo ser rescatada afirmó que los vientos eran muy fuertes la noche del siniestro. Aunque nadie tiene precisiones sobre la famosa se está, a estas horas, replaneando la búsqueda. Ayer se amplió el radio de búsqueda luego de dos semanas. Aunque con cada minuto las esperanzas de hallar con vida a la escritora son cada vez más escasas. Luego de casi dos semanas desde el accidente que tomo la vida de tanta gente en alta mar ¿Cree aun que es posible que la señorita Schult se encuentre viva?
R: No tengo la menor duda. Ella nunca se entregaría a la mar, una de sus grandes pasiones. Creo que ella lucharía con todas sus fuerzas, yo lo sé.
ER: Esperemos que se así para alivio de todos los interesados.
R: Yo lo creo. Ella se encuentra ahí en alguna parte.
ER: A estas horas aun se desconoce el paradero de la gran escritora. La gente que entrevistamos sigue a la espera de buenas noticias y el hallazgo de mas sobrevivientes del buque esperanza mantiene la fe de incontables familiares apostados en el puerto de Catalina.


Editorial Revelación
(2015)

Desde esta editorial nos hemos jactado de poseer la seriedad y profesionalismo que otros medios no han tenido al tratar la historia de la señorita Schult. Editorial Revelaciones pone en sus manos este documento único y directo. Lo que viene a continuación es una historia que hemos suavizado en cierta medida para no herir la sensibilidad de nuestros lectores. Estos escritos han sido transcriptos de su original hallado en las costas de la ciudad de Catalina. En circunstancias que no constan a esta redacción, la señora Marlena, descubridora de estos originales con forma de diario de viaje, ha encontrado gracias a la suerte las últimas palabras de la escritora Schult. Durante este periodo de tiempo, entre el suceso terrible del hundimiento de la Esperanza y esta edición, la señora Marlene ha custodiado celosamente este fragmento del diario de viaje de nuestra amada escritora con fines que aún desconocemos. Finalmente, rechazando cualquier remuneración, la señora Marlene ha venido especialmente hasta nuestras oficinas de calle corrientes a entregar en mano estos escritos a nuestra directora general la señora Roberta López. Así mismo la señora López ha informado a las autoridades pertinentes para la reexaminación de estos documentos que constan de un único diario de viaje, con faltantes de tapa y contenido inconcluso en estado perfecto de conservación. Expertos de la policía consideran este hallazgo un punto importante en la búsqueda de la escritora. Avalan la originalidad de estos documentos en su totalidad.
De esta manera mediante la seriedad de nuestra redacción y con la edición de nuestra directora general ponemos en sus manos el diario de la señora Aida Luisa Zaenz. Mientras esta edición es puesta a su alcance esperamos saber más sobre la escritora ya que nuestra directora ha dejado entre ver que es muy posible que la misma persona que entregara estos documentos sepa algo más sobre Schult. Aquí la trascripción.

                                                                                                        Editorial Revelación.